jueves, 23 de octubre de 2014

Cuento

                                                                   El secreto                               
                                                                                 I                                             
   Supongo que nunca me preocupó que él venga casi todos los días a casa, después del colegio mientras no había nadie. Nos preparábamos el almuerzo o calentábamos la comida del día anterior. Nos recostábamos en la habitación de mis padres, en esa cama ancha y cómoda, con los almohadones bien acomodados en su lugar y pasábamos horas mirándonos, o quizás minutos que me parecían una eternidad. Nos acercábamos más hasta quedar abrazados uno junto al otro y quedarnos profundamente dormidos. Apenas podía escuchar la alarma de su celular y me despertaba sobresaltada porque el ya no estaba y yo debía acomodar todo en su lugar antes de que llegaran ellos, mis padres.
   Para ese entonces yo tenía 15 años y el amor era algo desconcertante, porque todas las parejas (si nos podíamos llamar así) se amaban y yo simplemente  lo quería casi como a mi mejor amigo. Pero la vida a veces está llena de dudas y es difícil pensar qué se quiere en una relación amorosa, si va a durar o sólo es el cariño que no se le puede dar a otra persona.
Él me preguntaba qué hablaba con Kevin. Kevin era mi mejor amigo y nos conocíamos desde jardín de infantes y hablábamos de todo y no tenía vergüenza en contarle todos mis secretos, hasta el más grande que yo podía esconderle a mi familia: mi novio. Mi novio siempre me preguntaba por mis amigos varones: que qué me decían, que si me saludaban con un beso, si se sentaban cerca de mí. Todo. Yo me limitaba a besarlo cundo comenzaba a preguntar. Pero sabía que él me quería, a pesar de que al separarse sus labios de los míos él me miraba con esos ojos que decían todo, con el deseo de poseerme cada vez más, de tenerme cada vez más cerca y  me dejaba casi acorralada, porque yo quería hablar tranquilamente con mis amigos, quería salir a bailar con mis amigas más seguido sin que me interrogara en cada momento de nuestra relación, tan fuerte… tan fuerte que este ``amor’’ me dolía en sus caricias sobre mi rostro, frías, que se clavaban en mí como un cuchillo, helado, que se acercaba a mí rozándome y cortándome, lastimándome tan profundo que casi era esperar a que lo saque de mi cuerpo para desangrarme apaciblemente, en sentimientos que podían alegrarme, entristecerme y hasta casi matarme.
                                                                                   II
   No podía darme explicaciones de cómo había desaparecido tan repentinamente. La policía buscó en todas partes, llamaron a sus padres, hablaron con sus compañeros, con los profesores y no aparecía. No entendía lo que pasaba hasta que me dieron la noticia:
- Kevin no llegó a casa el viernes .No sabemos nada de él, desapareció.
Quisieron ser lo más prudentes posibles, pero no pude contenerme y al pensar lo peor tuve un ataque de nervios. Lloraba. Me preguntaba si lo habían secuestrado, si lo habían asesinado, si encontrarían sus restos en un terreno baldío…la esperanza de que todo salga bien estaba, pero no lo quería reconocer hasta que llegó la tutora del curso a tranquilizarme. Pero ella me notó, a pesar de la situación, un tanto diferente y me preguntó qué me había pasado en la cara, cerca de la mandíbula, que tenía un moretón. Y yo le respondí  que me dolía pero no sabía qué tenía. Y era verdad .Porque me miré al espejo y no me reconocí, ni como persona digna, ni como yo era realmente, ni tampoco como me veía siempre superficialmente.
                                                                                   III  
Era un misterio cómo apareció Kevin. Golpeado, lastimado. Tuvo que ser internado en terapia intensiva. No pude visitarlo por su estado de salud y eso me preocupó. Tuve miedo. Pero recordaba las palabras que él me repetía cada vez que él salía de noche con sus ``amigotes’’: ’’No te preocupes por mi…voy a estar bien’’. Porque no me gustaba nada esa junta suya .Y me contuve para no llorar, para no culpar a sus amigos sin juicio previo y  para no sospechar de nadie. Aquel día que lo encontraron, su grupo de amigos guardó silencio, pero no era motivo para culparlos. No recuerdo haberlo visto. Sí, a mi novio. Mi familia y mis compañeros me apoyaban en ese momento difícil, pero él no estaba. Lo llamé y no contestó.
Días después lo encontré en la puerta de mi casa, esperándome. Entramos. Me miró con esos ojos que querían sacarme algo de la boca  y me besó. Pero fue un beso que me dolió, porque también me empujó a un abismo de dudas y de inseguridad. De miedo. De miedo a no saber lo que quería él de mí y yo de él. Él me tenía en sus garras, en sus manos frías que me dañaban, que me apretaban los brazos con amor. O eso era lo que yo creía. Su beso me golpeó. Sus palabras, sus condicionamientos me lastimaban. Él me controlaba. Pero yo lo quería. Sí. Y no podía contarle el secreto a mi familia.
                                                                          IIII
   Luego de que se haya ido, me llamó la mamá de Kevin para que vaya al hospital. En el camino recordé el maquillaje, los zapatos, la ropa cara, todo lo que implicaba ser mujer hasta ese momento. Porque al dar testimonio de lo sucedido con la policía por el caso de Kevin, quien dijo que lo había golpeado el novio de su mejor amiga, solté todo esas cadenas que me esclavizaban, que me tenían atrapada por mi novio.
Esa noche, después de que nos habían atendido un grupo de psicólogos llegué a casa, me miré al espejo y comprendí entonces, que ser mujer no es arreglarse, comprar ropa por gusto, ser delicada, o todas esas cosas que parecían valiosas, sino que es tener el valor de  contemplarse, ser fuerte y no dejar que te pasen por encima por ser ``inferior’’. ¿Inferior?... ¿Delicada? Víctima. Víctima al igual que Kevin de aquella violencia, de sus palabras, de sus golpes y de su autoridad.
                                     
  


 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario